Para los brasileños se presagiaba un partido feliz y sin complicaciones luego de que antes del minuto 5 del partido ante Egipto su buque insignia, Kaká, recibiese un pase en el borde del área chica, hiciese el sombrerito a dos defensas de manera consecutiva y anotase el gol.
Pero vino el empate, con un buen cabezazo de Zidan, a la postre el más peligroso de los jugadores egipcios. Y luego vinieron dos goles más brasileños, todos de cabeza. Sí, parecía una tarde para los brasileños con un 3-1 en el descanso.
No. El resultado si proporcionó los tres puntos, pero se sufrió, ya que en apenas un minuto alrededor del 58 los egipcios hicieron dos goles, y el marcador reflejaba entonces un magnífico 3-3, no solo por el resultado, sino por la factura de los 6 goles en el partido.
Este Brasil no es el Brasil de 1994 con Romario y Bebeto (y Dunga en la defensa, el actual técnico), este Brasil tampoco es el equipo del 2002 con un inspirado Ronaldo y un súper eficiente Rivaldo, uno de los jugadores peor apreciados en la última década. Tampoco es el Brasil de modesta participación en el Mundial de 1982, pero que en el papel lo prometía todo con jugadores como Zico y Falcao. Ni siquiera es el Brasil que falló miserablemente en el Mundial de 2006, cuando prometía tanto con Kaká y el desahuciado Ronaldinho. No. Este Brasil es menos en la práctica y en el papel que esos equipos anteriores. Pero sigue siendo Brasil, aunque a veces cueste pensarlo.
De todas maneras, tienen el talento como colectivo, quizá demasiado justo, para poder ganar esta Copa Confederaciones 2009 y para seguir siendo, como en cada Mundial, uno de los favoritos. Posiblemente solo Brasil, aunque no deje buenas sensaciones, tiene ese privilegio: de ser uno de los favoritos en cualquier circunstancia.
En varios pasajes del partido, especialmente en el segundo tiempo, Egipto dio la impresión de ser más que los brasileños. El buen manejo del balón de parte de los egipcios muchas veces no estuvo acompañado del buen manejo defensivo de los brasileños. Y la posibilidad de que Brasil terminase perdiendo el partido fue real, no una ilusión óptica. Un penal casi al final del partido, bien lanzado por Kaká, el líder indiscutible de este colectivo, marcó el 4-3, maquillando un resultado que pudo haber implicado más justicia con el empate a tres.
En la última Copa América el equipo que iba dando muestras de grandeza era Argentina, pero Brasil la aplastó en la final, con un equipo que en el desarrollo del torneo había aportado poca magia, muy poca para el ADN brasileño. Con Dunga en la dirección técnica este Brasil puede terminar ganando la presente Copa Confederaciones, puede incluso hasta ganar el Mundial del año próximo, pero cada torneo que ganen los brasileños bajo la dirección de Dunga es casi como si lo ganases un recio y ordenado equipo europeo disfrazado de brasileños, con algunos pasajes esporádicos, como el magistral gol de Kaká para abrir el marcador.
Hay algo de traición en la forma en que Brasil viene jugando desde que Dunga asumió la dirección del equipo. Qué Italia juegue como juegan ahora los brasileños, incluso de manera más cerrada y resultadista, es natural, es lógico, incluso hasta hermoso, ya que ese es el juego italiano, es parte intrínseca de su identidad futbolística. En el caso de Brasil puede sentirse como un defecto, como un pecado. Pero a pesar de todo, es Brasil, favorita siempre para cualquier torneo.
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